jueves, 23 de mayo de 2013

El jardinero

Había una vez un jardinero que trabajaba en un vecindario del distrito de Pueblo Libre. Era una persona muy trabajadora y pujante, desde muy niño había aprendido esa ocupación y lo ejercía con mucha honra. Un día se le ocurrió ir a una conferencia sobre emprendimiento y progreso, pensó que esa conferencia le podría ayudar a mejorar su situación económica. En esa conferencia expusieron algunas personas que parecían muy importantes, ellos le dijeron que la única manera para seguir adelante y tener éxito en la vida era a través de la perseverancia. Este término se le quedó tan grabado en la mente al jardinero que pensó tomarlo como filosofía de vida. Luego de la conferencia meditó un poco y quiso ampliar su horario de trabajo, pensaba que si comenzaba desde más temprano conseguiría más clientes y, en consecuencia, aumentaría sus ingresos. Para él la perseverancia también se medía en el esfuerzo de levantarse todos los días más temprano, de combatir la flojera y el sueño. Sin embargo, este fue el comienzo de su trágico final. 

Paradójicamente, el jardinero comenzó a perder a los clientes que tenía; iba a sus casas más temprano de lo usual (alrededor de las 8 de la mañana) y no conseguía que nadie le abriera, seguramente porque estaban durmiendo. Por su mente rondaba la idea de que estas personas no conocían verdaderamente lo que era la “perseverancia” y, por momentos, llegó incluso a cuestionar ese concepto ya que sus clientes tenían una mejor calidad de vida que él, aunque no pareciesen ser perseverantes para levantarse más temprano. El punto más álgido de su desgracia ocurrió cuando un día fue a visitar a su cliente en Pueblo Libre. Era una familia de ascendencia japonesa. Tenía muchos años trabajando allí desde la vez en que un joven lo llamó en plena calle para que pode su jardín. Anteriormente esta familia había tenido otro jardinero, se dice que el joven cambió de jardinero porque este también iba muy temprano a su casa y no conseguía que nadie le abriese. Era obvio que este último jardinero no sabía de esta historia y tampoco le importaba, lo único que quería era obtener más clientes.

Ese día llegó más temprano de lo usual, alrededor de las 7:30 de la mañana. Se propuso que este iba a ser su última oportunidad para aplicar su filosofía de vida de la perseverancia, tocó el timbre y nadie le abría pero se había tomado tan en serio esta palabra que no se había dado cuenta de que la perseverancia también se aplicaba al tocar de forma persistente el timbre, no lo había hecho con sus anteriores clientes, por eso comenzó a tocar el timbre de forma acelerada. Para no cansarse comenzó tocando el timbre con el dedo índice, luego le siguió el dedo medio, el anular, el pulgar y finalmente el meñique; se cansó con una mano y comenzó con la otra. Para no aburrirse, el jardinero se imaginó que estaba tocando una melodía de piano. Tocaba el timbre tan rápido y de manera tan fluida que si los pianistas más virtuosos del siglo XVIII y XIX lo hubieran visto, habrían pensado que el jardinero se equivocaba de ocupación y que habría sido el pianista más talentoso de toda la historia. De repente, cuando sólo le faltaba tocar con el dedo meñique de la mano izquierda oyó que la puerta se abría, el jardinero sintió un gran regocijo que nunca antes había experimentado, le dio gracias a la señora perseverancia por haber cumplido su meta de abrirle la puerta. Salió un señor totalmente enfurecido apunto de gritarle pero el jardinero, para evitar la situación tensa, se anticipó y le dijo: ¡El que la sigue la consigue! (con una sonrisa un poco avergonzada). 

El señor estalló de furia y le dijo que nunca más regrese a esta casa para trabajar. Mientras tanto, un joven que vivía en esa casa estaba durmiendo. Había puesto su alarma para levantarse temprano para ir a su clase de inglés porque tenía un examen importante. Esta alarma le había funcionado al principio, ya que tenía un sonido horripilante, pero con el paso de los meses la costumbre había ocasionado que este sonido se convierta en melodía y en vez de despertarlo lo hacía dormir más tiempo. Sin embargo, el grito de su señor padre no era usual y lo hizo despertarse en milésimas de segundos, no porque estuviera preocupado por su examen sino por su reacción. Escuchó los últimos adjetivos propalados al jardinero y se puso un poco triste. Le dio pena que el señor jardinero no vuelva a trabajar en su casa, no tanto porque hacía una buena labor, sino porque ya nadie lo iba a poder despertar de esa manera. Quiso decirle al jardinero que venga todos los días a tocar de esa manera para que el grito de su padre pueda despertarlo pero ya era muy tarde. El jardinero se había ido con el sabor amargo de la perseverancia.



Eyan