domingo, 2 de febrero de 2014

Reina de espadas


Durante un tiempo había aceptado y defendido el concepto de amor incondicional de madres a hijos. Sin embargo, me parece que este concepto bastante interesante y analítico tiende a legitimar, naturalizar e idealizar el rol de la mujer en la sociedad, reprimiendo sus ansias de humanidad, libertad y autenticidad. No permitiendo que establezcan su propio camino y ocasionando, por el contrario, que cualquier acción o comportamiento fuera de esta concepción sea criticada, juzgada y satanizada por la sociedad. Sabemos que la realidad supera la ficción, las teorías y los conceptos, y que existen casos, desconozco el número, de amores no incondicionales, frustados y sin éxito alguno. Me pregunto y reflexiono el porqué existen estos casos y mi apreciación provisional es que no existen malas madres, sino mujeres que no quisieron ser madres.

Comencé este 2014 asistiendo a un ciclo de cine de películas extranjeras, puedo afirmar que las películas que más me han gustado y las que considero mis favoritas (aunque no soy cinéfilo) son aquellas donde muestran la historia de mujeres que deciden rebelarse contra las normas y comportamientos de la sociedad donde se han criado. Películas como Thelma y Louise, Paris-Texas y Las horas me han hecho reflexionar mucho acerca del rol que tienen las mujeres y cómo algunas de ellas deciden buscar un camino diferente, reflejándose en actos de rebeldía, huidas y fatalismos. Me parece que de una forma inconsciente busco esas respuestas para comprender la historia de mi propia madre, es un poco complicado abordar el tema, pues se trata de algo muy íntimo y por supuesto, siempre existe el temor de sentirse vulnerable y expuesto a críticas por divulgar este tipo de historias. Sin embargo, creo que estoy alcanzando o llegando al punto de escribir no por desahogo o por terapia, en vez de eso estoy buscando una justificación activa y humanitaria para escribir y compartir estas historias.

Mi madre había nacido y criado en el Perú hasta la edad de los veintitrés años, luego se fue a vivir a los Estados Unidos por cuenta propia. Ella me cuenta que en aquella época pensaba que nunca se iba a casar, no tenía planeado tener enamorado ni tener hijos; incluso pensaba que no iba a vivir más de los treinta años, que su vida iba a ser efímera. Era una persona solitaria, aunque a decir verdad lo sigue siendo. No obstante, en aquella época conoció a mi padre: fueron enamorados y convivieron casi tres años. Eran una pareja extraña, por el mismo hecho que eran personas de diferente nacionalidad e idioma. Lo que caracterizaba a esa relación era la comunicación pero telepática, ya que ambos eran personas herméticas y reservadas. Su amor se evidenciaba a  través de los gestos y las caricias, como una  especie de animales que se comunican sin lenguaje verbal pero con afecto puro y sincero.

Un día mi padre decidió proponerle matrimonio, ella me cuenta con nerviosismo que lo primero que se le vino a la mente era que no quería casarse, que su vida pensó que iba a ser como lo había descrito lineas arriba, pero hay algo extraño que le ocurren a las mujeres y es que ellas no quieren lastimar a otras personas, a pesar que ello conllevaría a hacerse daño a sí mismas. Además, ellas prefieren no contradecir al otro y es que a ellas se les otorgan tan pocas oportunidades de elegir que en esas remotas oportunidades piensan que sería un desperdicio el negarse. Sobre esto me refiero al ámbito de las relaciones interpersonales con los hombres, la costumbre de que la mujer no puede escoger libremente a su pareja, que su libertad de elección reside en la cantidad de posibilidades existentes otorgadas externamente, como un mazo de naipes mostrados por una persona, quien te indica que escojas una del total, sabiendo que uno no escoge por libre albedrío sino por descarte, por comparación y por libertad relativa. Que en muchos casos la mujer, lamentablemente, tiene que recurrir a exponerse públicamente de la forma más llamativa (vestimenta, cuerpo, forma de comportarse, etc.) para así poder ampliar sus posibilidades de elección, como si fuera un producto en venta en una subasta buscando al mejor postor. Esa capacidad de no escoger por ella misma, de sólo llegar a tener la última palabra, ocasiona un gran sentimiento de angustia, como no puede escoger activamente, busca las más diversas artimañas para solucionar esa diferencia abismal con respecto al hombre... Fue entonces que mi madre ya bordeando los veintiocho años, buscando alguna justificación a su injustificable matrimonio, le dijo a mi padre que ella aceptaría casarse con él siempre y cuando se fueran a vivir al Perú.

A veces, en tanto que nos frustramos y nos desviamos de nuestro camino buscamos una opción que nos haga sentir mejor y nos ayude a sobrellevar nuestras resignaciones, justificando lo injustificable, utilizando estos mecanismos de evasión y finalmente terminamos creyendo nuestras propias mentiras. Ahora me pongo a pensar que la carrera más difícil de aceptar no es la de ser madre sino la de ser una mujer auténtica.

Eyan