lunes, 28 de septiembre de 2015

Egoísmo y amor a sí mismo

Amarás a tu prójimo como a ti mismo.
Biblia

Por Erich Fromm

Antes de comenzar la exposición del aspecto psicológico del egoísmo y del amor a sí mismo debe recalcarse la falsedad lógica del concepto de que el amor por los demás y el amor por uno mismo son recíprocamente excluyentes. Si es una virtud amar a mi prójimo como ser humano, entonces debe ser una virtud –y no un vicio- amarme a mí mismo, puesto que yo también soy un ser humano. No existe ningún concepto del hombre en el cual yo mismo no esté incluido. Una doctrina que proclame tal exclusión, prueba, por este hecho, ser intrínsecamente contradictoria. La idea expresada, en la Biblia, “Ama a tu prójimo como a ti mismo”, implica que el respeto por la propia integridad y singularidad, el amor y la comprensión de uno mismo no pueden ser separados del respeto, el amor y la comprensión de otro individuo. El amor por mí propio ser está inseparablemente vinculado con el amor por cualquier semejante.
Hemos llegado ahora a las premisas psicológicas básicas sobre las cuales se levantan las conclusiones de nuestro argumento. En términos generales esas premisas son las siguientes: no solamente otros, sino nosotros mismos somos el “objeto” de nuestros sentimientos y actitudes, las actitudes hacia otros y hacia nosotros mismos, lejos de ser contradictorias, son básicamente conjuntivas. Respecto al problema que estamos exponiendo, esto significa: el amor por otros y el amor por nosotros no es una alternativa. Por el contrario, una actitud de amor hacia ellos mismos se encuentra en todos aquellos capaces de amar a otros. El amor, en principio, es indivisible en lo que se refiere a la conexión entre “objetos” y el propio ser. El amor genuino es una expresión de productividad e implica cuidado, respeto, responsabilidad y conocimiento. No es un “afecto” en el sentido de estar afectado por alguien, sino un esfuerzo activo por el desarrollo y felicidad de la persona amada, arraigado en la propia capacidad de amar.
Amar es una expresión del poder de amar, y amar a alguien es la actualización y concentración de esta capacidad respecto a una persona. No es verdad, como lo podría dar a entender la idea del amor romántico, que exista solamente una persona en el mundo a quien se pueda amar y que la gran oportunidad de la vida es hallar a esa persona única. Ni es verdad tampoco que al encontrar a esa persona el amor por ella determine el retiro del amor a otras- El amor que únicamente puede sentirse hacia una sola persona demuestra, por el mismo hecho, no ser amor, sino una vinculación simbiótica (…).
Si queda admitido que el amor por sí mismo y el amor por otros es, en principio, conjuntivo, ¿cómo explicamos el egoísmo que obviamente excluye todo interés genuino por otros? La persona egoísta está únicamente interesada en sí misma, desea todo para ella, no siente placer en dar, sino sólo en tomar. El mundo exterior es contemplado únicamente desde el punto de vista de lo que pueda extraer de él; carece de interés por las necesidades de otros y de respeto por la dignidad e integridad. No puede ver más allá de sí misma; juzga a toda persona y cosa desde el punto de vista de la utilidad para ella; es básicamente incapaz de amar. ¿No prueba esto acaso que el interés por otros y el interés por sí mismo son una alternativa inevitable? Esto sería así si el egoísmo y el amor a sí mismo, lejos de ser idénticos, son realmente opuestos. La persona egoísta no se ama a sí mismo demasiado, sino muy poco; en realidad se odio. Esta falta de afecto y de cuidado para con ella misma, que es solamente una expresión de su falta de productividad, la sume en un estado de vacuidad y de frustración. Es necesariamente infeliz y está ansiosamente interesada en arrebatar a la vida aquellas satisfacciones cuya obtención ella misma obstaculiza. Parece preocuparse demasiado por sí misma, pero en realidad hace solamente un vano intento por ocultar y compensar su falta de cuidado para consigo misma. Freud sostiene que la persona egoísta es narcisista, como si hubiera retirado su amor de otros y lo hubiera vuelto hacia su propia persona: Es cierto que las personas egoístas son incapaces de amar a otros, pero tampoco son capaces de amarse a sí mismas.
Es más fácil comprender el egoísmo comparándolo con el interés exagerado que por sus hijos muestra una madre dominante y excesivamente solícita. Si bien cree conscientemente que ama en particular a su hijo, tiene, en realidad, una hostilidad profundamente reprimida hacia el objeto de su interés. Está interesada en exceso, no porque ama mucho a su hijo, sino porque tiene que compensar su falta de capacidad para amarlo.



Fuente: FROMM, Erich. Ética y psicoanálisis. México, D.F. FCE. 2012. Pág. 142-145.