martes, 30 de diciembre de 2014

¡Oh mujer fea!


¡Oh mujer fea!

Tú no viniste al mundo para ser querida.
Hoy veo esa mirada distante ante los hombres,
la veo una y otra vez.
¡Tú no naciste para ser querida!

¡Oh mujer fea!

Dicen que las mujeres más bellas del mundo son las más inseguras,
que nacieron solo para ser amadas,
que su vida gira en torno a la mirada ajena.
Tú eres distinta,
no necesitas del prójimo,
eres una diosa en potencia.

¡Oh mujer fea!

Tú no naciste siendo princesa,
mas comenzaste a darte cuenta que ese no era el camino.
La princesa perdió una de las mayores virtudes humanas:
La curiosidad ante el mundo.
Hubo un tiempo en que el ser humano creyó ser
el centro del universo,
mentira piadosa para justificar su orgullo excesivo,
donde el nacimiento determinó el destino de su vida,
mas tú comenzaste a construir y trabajar para ella,
doble recompensa,
tratar de ver más allá de las apariencias.

No te sientas triste mujer fea,
que Virginia Woolf no me conmovió por su belleza.
Ella me hizo sentir lo que era la esquizofrenia.

¿Acaso no te das cuenta que el mundo está invertido?
Sigue por el sendero avinagrado,
que la felicidad se construye y no se nace con ella.


Eyan

jueves, 25 de diciembre de 2014

Reflexiones de Año Nuevo (Parte II)


Hace un par de meses había escrito sobre mi experiencia en año nuevo y la crítica que uno puede hacerse a sí mismo respecto a sus metas, objetivos y acciones (voluntad). Parece que después de leer este tipo de entrada uno puede caer en el pesimismo frente a su situación actual y en el peor de los casos en la depresión. Por eso creo necesario continuar escribiendo sobre este tema que es tan importante para el ser humano: el asumir total y responsablemente su libertad, con el objetivo de tener una vida llena de goce y de virtud. Si en el libro El miedo a la libertad de Erich Fromm se cuestiona la misma voluntad del individuo en la sociedad actual. Entonces, ¿cuál es el camino a seguir? ¿acaso la voluntad no es lo que combate la pereza y lo que define nuestra individualidad? Pues la respuesta es doble: Sí y no. Con eso no quiero llegar a confundirlos pero creo que con este tipo de razonamientos vamos a poder analizar las cosas de mejor manera; contrastar lo positivo con lo negativo, la tesis con la antítesis, la lucha de contrarios, el desarrollo de la dialéctica. 

Veamos, la voluntad en cierta medida sí define nuestra individualidad. Por ejemplo, ahora nos es cotidiano escuchar a los políticos decir que ellos son personas de acciones y no de palabras, queriendo diferenciarse del resto, de los fariseos. En otros casos podemos escuchar el consejo de otras personas diciéndonos que es momento de poner en práctica nuestras ideas, sea en cualquier ámbito de la vida, desde el amor, los estudios, los negocios, la filosofía, etc. Sin embargo, si somos minuciosos en nuestro análisis, podemos interpretar que no existe una crítica inherente del concepto de voluntad, por el contrario, el objetivo es la crítica de la ausencia de ésta, del puro pensamiento. Por lo tanto, según esta lógica, podemos inferir que la voluntad en sí misma es positiva. Sin embargo, como decía Fromm, nuestra situación puede equipararse a la de un actor cuando éste se encuentra realizando una obra de teatro, donde se limita a cumplir con el personaje que le ha sido asignado. Es como si nosotros estuvieramos hipnotizados por la sociedad llegando al punto de dejar de lado nuestra individualidad. Nuestra voluntad, por ende, es una ilusión, una verdad en acto pero no en motivación, una verdad a medias, una contradicción. 

Entonces, puedo afirmar varias proposiciones, arriesgándome a la crítica ajena. Primero: Todas las personas que carecen de voluntad no pueden desarrollar su individualidad. Segundo: No todas las personas que ejercen su voluntad necesariamente van a desarrollar su individualidad. Tercero: Todas las personas que desarrollan su individualidad si han ejercido su voluntad. Por lo tanto, es necesario ser consciente al momento de ejercer nuestra voluntad y esto nos lleva a la última proposición- interrogativa: ¿Cómo podemos canalizar y encauzar correctamente nuestra voluntad? Pues aquí Fromm nos responde con el concepto de espontaneidad, citamos:

"Hasta ahora este libro ha versado acerca de un
aspecto de la libertad: la impotencia y la inseguridad
que sufre el individuo aislado en la sociedad
moderna, después de haberse liberado de todos los
vínculos que en un tiempo otorgaban significado y
seguridad a su vida. Hemos visto que el individuo
no puede soportar este aislamiento: como ser aisla,
do, se halla extremadamente desamparado en comparación
con el mundo exterior, que, por lo tanto,
le inspira un miedo profundo. A causa de su aislamiento,
además, la unidad del mundo se ha quebrado
para él, y de este modo yo no tiene ningún punto
firme para su orientación. Por eso se siente abrumado
por la duda acerca de sí mismo, del significado
de la vida y, por fin, de todo principio rector
de las acciones. Tanto el desamparo como la duda
paralizan la vida, y de este modo el hombre, para
vivir, trata de esquivar la libertad que ha logrado:
la libertad negativa. Se ve así arrastrado hacia nuevos
vínculos. Estos son diferentes de los vínculos
primarios, de los cuales, no obstante la dominación
de las autoridades o del grupo social, no se hallaba
del todo separado. La evasión de la libertad no le
restituye la seguridad perdida, sino que únicamente
lo ayuda a olvidarse de que constituye una entidad
separada. Halla una nueva y frágil seguridad a expensas
del sacrificio de la integridad de su yo individual.
Prefiere perder el yo porque no puede soportar
su soledad. Así, la libertad —como libertad
negativa— conduce hacia nuevas cadenas.
¿Podría afirmarse que nuestro análisis se presta a
la conclusión de la inevitabilidad del ciclo que conduce
de la libertad hacia nuevas formas de dependencia?
¿Es que la libertad de los vínculos primarios
arroja al individuo en tal soledad y aislamiento que
inevitablemente le obliga a refugiarse en nuevos
vínculos? ¿Independencia y libertad son inseparables
de aislamiento y miedo! ¿O existe, por el contrario,
un estado de libertad positiva en el que el individuo
vive como yo independiente sin hallarse aislado, sino
unido al mundo, a los demás hombres, a la naturaleza?
Creemos que la contestación es positiva, que el
proceso del desarrollo de la libertad no constituye
un círculo vicioso, y que el hombre puede ser libre
sin hallarse solo; crítico, sin henchirse de dudas, independiente,
sin dejar de formar parte integrante
de la humanidad. Esta libertad el hombre puede alcanzarla
realizando su yo, siendo lo que realmente
es. ¿En qué consiste la realización del yo? Los filósofos
idealistas han creído que la autorrealización
sólo puede alcanzarse por medio de la intuición intelectual.
Han insistido en la división de la personalidad
humana, suprimiendo la naturaleza y conservando
la razón. La consecuencia de esta separación
fue la de frustrar no solamente las facultades emocionales
del hombre, sino también las intelectuales.
La razón, al transformarse en guardián de su prisio-
ñera, la naturaleza, se volvió ella misma cautiva,
frustrándose de este modo ambos lados de la personalidad
humana: razón y emoción. Creemos que
la realización del yo se alcanza no solamente por el
pensamiento, sino por la personalidad total del hombre,
por la expresión activa de sus potencialidades
emocionales e intelectuales. Éstas se hallan presentes
en todos, pero se actualizan sólo en la medida en
que lleguen a expresarse. En otras palabras, la libertad
positiva consiste en la actividad espontánea
de la personalidad total integrada.
Enfrentamos aquí uno de los problemas más difíciles
de la psicología: el de la espontaneidad. In
tentar una discusión adecuada de esta cuestión requeriría
otro libro. Sin embargo, sobre la base de lo
que se ha dicho hasta ahora es posible llegar, por
vía de contrastes, a comprender la esencia de la
actividad espontánea. Ésta no es la actividad compulsiva,
consecuencia del aislamiento e impotencia
del individuo; tampoco es la actividad del autómata,
que no representa sino la adopción crítica de
normas surgidas desde afuera. La actividad espontá-
nea es libre actividad del yo e implica, desde el punto
de vista psicológico, el significado literal inherente a
la palabra latina sponte: el ejercicio de la propia y
libre voluntad. Al hablar de actividad no nos referimos
al "hacer algo", sino a aquel carácter creador
que puede hallarse tanto en las experiencias emocionales,
intelectuales y sensibles, como en el ejercicio
de la propia voluntad. Una de las premisas de
esta espontaneidad reside en la aceptación de la personalidad
total y en la eliminación de la distancia
entre naturaleza y razón; porque la actividad espontánea
tan sólo es posible si el hombre no reprime
partes esenciales de su yo, si llega a ser transparente
para sí mismo y si las distintas esferas de la vida
han alcanzado una integración fundamental.
Si bien la espontaneidad es un fenómeno relativamente
raro en nuestra cultura, no carecemos completamente
de ella. Con el fin de contribuir a la
comprensión de este problema, creo conveniente recordar
al lector algunos ejemplos en los que a todos
nos es dado sorprender un reflejo de espontaneidad.
En primer lugar, conocemos la existencia de individuos
que son —o han sido— espontáneos; personas
cuyos pensamientos, emociones y acciones son
la expresión de su yo y no la de un autómata. Tales
individuos los conocemos sobre todo con el nombre
de artistas. En efecto, el artista puede ser definido
como una persona capaz de expresarse espontánea-
mente. Si ésta fuera la definición del artista —Balzac
se definía a sí mismo de esta manera— entonces
ciertos filósofos y sabios también deberían llamarse
artistas, en tanto que otros serían en comparación
con ellos lo que un fotógrafo de viejo estilo con
respecto a un pintor creador. Hay otras personas
que, aun careciendo de la capacidad —quizá tan sólo
de adiestramiento— para alcanzar una expresión
objetiva, como lo hace el artista, poseen, no obstante,
la misma espontaneidad. La posición del artista,
sin embargo, es vulnerable, pues se respeta tan
sólo la espontaneidad o individualidad del que logra
el éxito; si no alcanza a vender su arte, es para
los contemporáneos un desequilibrado, un "neurótico".
Desde este punto de vista, el artista se halla en
una posición similar a la del revolucionario a través
de la historia. El revolucionario afortunado es un
hombre de Estado, el que no alcanza el éxito, un
criminal.
Los niños pequeños ofrecen otro ejemplo de espontaneidad.
Tienen la capacidad de sentir y pensar
lo que realmente es suyo: tal espontaneidad se manifiesta
en lo que dicen y piensan, en las emociones
que se expresan en sus rostros. Si se pregunta qué
es lo que origina la atracción que los niños peque-
ños ejercen sobre tanta gente, yo creo que, prescindiendo
de razones convencionales y sentimentales,
debe contestarse que es ese mismo carácter de espontaneidad.
Atrae profundamente a cualquiera que
no esté tan muerto como para haber perdido la capacidad
de percibirla. En efecto, no hay nada más
atractivo y convincente que la espontaneidad, ya sea
que la observemos en un niño, en un artista, o también
en aquellas personas que por su edad y ocupación
no pertenecen a esas categorías.
Muchos de nosotros podemos percibir en nosotros
mismos por lo menos algún momento de esponta-
neidad, momentos que, al propio tiempo, lo son de
genuina felicidad. Que se trate de la percepción fresca
y espontánea de un paisaje o del nacimiento de
alguna verdad como consecuencia de nuestro pensar,
o bien de algún placer sensual no estereotipado, o
del nacimiento del amor hacia alguien. . ., en todos
estos momentos sabemos lo que es un acto espontá-
neo y logramos así una visión de lo que podría ser
la vida si tales experiencias no fueran acontecimientos
tan raros y tan poco cultivados.
¿Por qué la actividad espontánea constituye la solución
al problema de la libertad? Hemos dicho que
la libertad negativa hace del individuo un ser aislado
que en su relación con el mundo se siente lejano
y temeroso, y cuyo yo es débil y se halla expuesto a
continuas amenazas. La actividad espontánea es el
único camino por el cual el hombre puede superar
el terror de la soledad sin sacrificar la integridad
del yo; puesto que en la espontánea realización del
yo es donde el individuo vuelve a unirse con el
hombre, con la naturaleza, con sí mismo. El amor
es el componente fundamental de tal espontaneidad;
no ya el amor como disolución del yo en otra persona,
no ya el amor como posesión, sino el amor
como afirmación espontánea del otro, como unión
del individuo con los otros sobre la base de la preservación
del yo individual. El carácter dinámico del
amor reside en esta misma polaridad: surge de la
necesidad de superar la separación, conduce a la unidad
. . . y, a pesar de ello, no tiene por consecuencia
la eliminación de la individualidad. El otro componente
es el trabajo; no ya el trabajo como actividad
compulsiva dirigida a evadir la soledad, no el trabajo
como relación con la naturaleza —en parte dominación,
en parte adoración y avasallamiento frente
a los productos mismos de la actividad humana—,
sino el trabajo como creación, en el que el hombre,
en el acto de crear, se unifica con la naturaleza. Lo
que es verdad para el amor y el trabajo también lo
es para toda acción espontánea, ya sea la realización
de placeres sensuales o la participación en la vida
política de la comunidad. Afirma la individualidad
del yo y al mismo tiempo une al individuo con los
demás y con la naturaleza. La dicotomía básica, inherente
al hombre —el nacimiento de la individualidad
y el dolor de la soledad— se disuelve en un plano superior
por medio de la actividad humana espontánea.
En ella el individuo abraza el mundo. No solamente
su yo individual permanece intacto, sino que se
vuelve más fuerte y recio. Porque el yo es fuerte en
la medida, es que es activo. No hay fuerza genuina en
la posesión como tal, ni en la de propiedades materiales
ni en aquella de cualidades espirituales, como
las emociones o los pensamientos. Tampoco la hay en
el uso y manipulación de los objetos; lo que usamos
no es nuestro por el simple hecho de usarlo. Lo
nuestro es solamente aquello con lo que estamos genuinamente
relacionados por medio de nuestra actividad
creadora, sea el objeto de la relación una persona
o una cosa inanimada. Solamente aquellas cualidades
que surgen de nuestra actividad espontánea dan
fuerza al yo y constituyen, por lo tanto, la base de
su integridad. La incapacidad para obrar con espontaneidad,
para expresar lo que verdaderamente uno
siente y piensa, y la necesidad consecuente de mostrar
a los otros y a uno mismo un seudoyó, constituyen
la raíz de los sentimientos de inferioridad y debilidad.
Seamos o no conscientes de ello, no hay nada
que nos avergüence más que el no ser nosotros mismos
y, recíprocamente, no existe ninguna cosa que
nos proporcione más orgullo y felicidad que pensar,
sentir y decir lo que es realmente nuestro.
Todo ello significa que lo importante aquí es la
actividad como tal, el proceso y no sus resultados. En
nuestra cultura es justamente lo contrario lo que se
acentúa más. Producimos no ya para satisfacción propia,
sino con el propósito abstracto de vender nuestra
mercadería; creemos que podemos lograr cualquier cosa,
material o inmaterial, comprándola; y de este modo los
objetos llegan a pertenecemos independientemente de
todo esfuerzo creador propio. Del mismo modo,
consideramos nuestras cualidades personales y el
resultado de nuestros esfuerzos como mercancías que
pueden ser vendidas a cambio de dinero, prestigio y
poder. De este modo, se concede importancia al
valor del producto terminado en lugar de atribuírsela
a la satisfacción inherente a la actividad creadora. Por
ello el hombre malogra el único goce capaz de darle
la felicidad verdadera —la experiencia de la actividad
del momento presente— y persigue en cambio
un fantasma que lo dejará defraudado apenas crea
haberlo alcanzado: la felicidad ilusoria que llamamos
éxito.
Si el individuo realiza su yo por medio de la actividad
espontánea y se relaciona de este modo con
el mundo, deja de ser un átomo aislado; él y el
mundo se transforman en partes de un todo estructural;
disfruta así de un lugar legítimo y con ello
desaparecen sus dudas respecto de sí mismo y del
significado de su vida. Ellas surgen del estado de
separación en que se halla y de la frustración de
su vida; cuando logra vivir, no ya de manera compulsiva
o automática, sino espontáneamente, entonces sus
dudas desaparecen. Es consciente de sí mismo como
individuo activo y creador y se da cuenta de que
sólo existe un significado de la vida: el acto mismo
de vivir.
Si el individuo logra superar la duda básica respecto
de sí mismo y de su lugar en la vida, si está relacionado
con el mundo comprendiéndolo en el acto de vivir
espontáneo, entonces aumentará su fuerza como
individuo, así como su seguridad. Ésta, sin embargo,
difiere de aquella que caracteriza el estado preindividual,
del mismo modo como su nueva forma de relacionarse
con el mundo es distinta de la de los vínculos
primarios. Esa nueva seguridad no se halla arraigada
en la protección que el individuo recibe de parte
de algún poder superior extraño a él; tampoco es la
seguridad en la que resulta eliminado el carácter
trágico de la vida. La nueva seguridad es diná-
mica, no se basa en la protección, sino en la
actividad espontánea del hombre: es la que adquiere
en cada instante por medio de tal esfuerzo. Es la
seguridad que solamente la libertad puede dar, que
no necesita de ilusiones, porque ha eliminado las condiciones
que origina tal necesidad."

FROMM, Erich. El miedo a la libertad. (Buenos Aires, Paidos). p.294-301.

Fuente: http://www.enxarxa.com/biblioteca/FROMM%20El%20Miedo%20A%20La%20Libertad.pdf