miércoles, 22 de junio de 2016

Al borde de la vereda

Un día salimos a caminar por las calles de Miraflores, los dos solos, de la mano. Yo estaba en el lado de la vereda que da a la pista. Esa costumbre me lo había enseñado mi prima tiempo atrás: “Los caballeros tienen que caminar por ese lado porque deben proteger a las damas.”

Caminar y pensar,
acción y contemplación en un mismo cuerpo;
movimiento y quietud.
Dos mundos paralelos en un tercero.

-¿Sabes? A veces tengo pensamientos extraños.
-¿Como cuáles? –le pregunté.
-No vayas a pensar que soy una malvada, tú sabes que te amo.
-Dime –le dije con un tono/gesto indiferente, no porque no sintiese nada, sino porque hay veces en que los sentimientos no saben expresarse, no encuentran el gesto adecuado ante una situación extraña (pero después me di cuenta que no lo era).
-Solo que a veces imagino que te empujo hacia la pista y que un carro te atropella. A veces pienso ese tipo de cosas. Pero no te asustes, siempre se me pasa.

   No quise ahondar en ese asunto. No tanto por ella, sino por miedo de descubrirme en ella. (¡A mí también me había ocurrido ese tipo de alucinaciones!) No con ella, pero me había pasado lo mismo. Me había pasado con algunos amigos de la universidad (en los momentos en que conversábamos de cerca). Me imaginaba que aquella persona frente a mí se encontraba en el suelo y yo le pateaba varias veces en la cara, hasta que veía que sangraba y mi mente se detenía para retomar la conversación.
  ¡Cuántas cosas imaginamos y son tan parecidas! Los sentimientos se perciben, algunos pensamientos se leen, pero la imaginación… eso sí que nos pertenece. Imaginar lo que imaginan ya escapa de mi imaginación. ¡Qué cruel puede ser la imaginación del ser humano! ¿O alivio de encontrar similitudes en ese abismo de la conciencia?
   He dejado de caminar al borde de la vereda, ya no soy el caballero de antes. Y no por esa razón, sería estúpido argumentar que fuera esa. La principal es porque no va con mi forma de ser, prefiero ser más espontáneo y menos formal. Otras veces me ocurre que camino al borde de la vereda pero sin ser consciente.


Eyan

martes, 7 de junio de 2016

El arte y la política


Las palabras y los días

Por Octavio Paz

Recordación

(...) Aunque el propósito de su viaje y de sus actividades era esencialmente político, los Alberti se sentían incómodos entre los intelectuales revolucionarios mexicanos. Era natural que les pareciesen un poco arcaicos, rústicos y estrechamente dogmáticos. Todos ellos pertenecían a la LEAR (Liga de Artistas y Escritores Revolucionarios), una agrupación que había sido fundada a imagen y semejanza de otras similares que existían en Europa, como las AEAR, de Francia y España. En aquellos años esas sociedades estaban a punto de desaparecer, transformadas en Alianzas de Escritores Antifascistas para la Defensa de la Cultura. Era el momento de los Frente Populares, la mano tendida a demócratas burgueses y católicos, la amistad con Gide, Malraux, Foster, Auden, Spender. En realidad, por su edad, su formación y sus gustos estéticos, los Alberti se sentían más cerca del grupo de poetas de la revista Contemporáneos –Pellicer, Novo, Villaurrutia, Gorostiza y otros- tildados por los radicales de cosmopolitas, artepuristas y reaccionarios. Por esto no es extraño que el libro de poemas que Alberti escribió en México a la memoria de Sánchez Mejías fuese ilustrado por un pintor ajeno a las luchas ideológicas, Manuel Rodríguez Lozano, y no por Siqueiros.
    Las relaciones de Alberti con los jóvenes eran más naturales. En una ocasión nos reunimos con él en el bar. Cada uno de nosotros leyó uno o dos poemas. Alberti escuchaba con cortesía aunque, hay que confesarlo, sus comentarios eran parcos y poco entusiastas. Cuando llegó mi turno, vacilé: mis poemas no eran sociales ni combativos como los de los otros sino más bien íntimos. Sentí un poco de vergüenza: de pronto me pareció que leer aquellos textos era como incurrir en una confesión no pedida. Alberti reparó en mi turbación. Al salir me llamó aparte y me dijo: “En lo que escribes hay una búsqueda de lenguaje y por eso tus poemas, en el fondo, son más revolucionarios que los de ellos. Tú te propones explorar un territorio desconocido –tu propia intimidad- y no pasearte por parajes públicos en donde no hay nada que descubrir”. No he olvidado nunca esas palabras. ¿Las recordará Alberti?


Fuente: PAZ, Octavio. Las palabras y los días: Una antología introductoria. México, D.F. FCE. Pág. 89-90.