jueves, 27 de agosto de 2020

Consecuencias reales del miedo


Hablar del miedo hasta hoy fue para mí como tocar un tema lejano, impersonal, un estado gaseoso, diría metafísico, sin consecuencias reales, que el tenerlo no implicaría ninguna consecuencia negativa. Como si ser excesivamente “precavido” fuese, mal que bien, una virtud.


Seré breve con mi historia.


La economía volvía a reactivarse, los restaurantes empezaban a abrir y para eso era necesario contar con personal (tengo conocidos que se dedican a ese rubro).


Un día se les llamó para retomar actividades. En la reunión, de entre todo el público, había un chico que me parecía sospechoso, su comportamiento ocultaba algo. No obstante, tenía los ojos rojos (síntoma de covid-19). 


Se le realizó la prueba después de unos días de haber estado trabajando con nosotros y salió positivo. Vi que el encargado le anunciaba la noticia (nosotros, con los oídos bien abiertos escuchábamos con atención  desde lo lejos y murmurábamos para sí de lo sucedido (empezamos a analizar toda la situación, paranoia total: de si había tosido, de si estuvo cerca de nosotros, de si nos podía haber contagiado). Algunos comentaban que era asintomático, otros que lo habían escuchado toser un par de veces pero con mascarilla.


El encargado se le acercaba mucho al hablarle y mi instinto actuó, mi miedo se apoderó de mí. Le dije con impulsividad (casi gritando) que no se le acercara mucho, que se podía contagiar. En otras palabras, lo puse en ridículo al otro, al infectado, al positivo de una prueba rápida. Lo humillé, lo asusté, hubo un antes y un después en su vida. 


Tuvo que dejar de trabajar con nosotros y hacer su cuarentena de quince días (después de no haber trabajado por más de tres meses).


Hasta allí uno diría que fui precavido, que es mejor pecar de estricto que no serlo porque , aparentemente, no existen consecuencias negativas. El que es responsable sabe que puede contagiar y no expone a los demás.


Viajé por un mes y al volver se me ocurrió preguntar por él: por curiosidad diría yo, o, porque en el fondo, padecía cierto sentimiento de culpa. Me enteré que lo habían visto caminando por la calle con desánimo, que su mujer embarazada había tenido un accidente al caerse de las escaleras y había perdido a su hijo. 

Yo no sé si será verdad todo eso pero uno sabe o ha vivido las malditas “rachas negativas“ aunque muchos me dirán que uno tiene que ser fuerte de mente para que no le ocurra eso, pero poner en ridículo a alguien, asustarlo en público hasta el punto de que esa persona ya no quiera volver al mismo trabajo por sentirse humillado, mejor dicho, por haber hecho sentir mal (asustado) a sus compañeros de trabajo, por suponer que lo verían mal a él al regresar...


Pensé en ir a pedirle disculpas por mi mala reacción, pero me imaginé en esa situación en que no sería capaz de mirarle a los ojos por vergüenza. Y unas simples palabras no bastarían para calmar todo lo ocurrido, no cambiarían su pasado de sufrimiento.  Tengo miedo de que no me perdone.


El miedo tiene consecuencias reales que uno solo lo percibe cuando el tiempo no siempre nos da la razón.

Lo peor es cuando alguien no es responsable de la vida del prójimo pero se da cuenta (solo para sí) que es como uno de esos hilos que mueven o alteran el curso de las cosas. 


El miedo a evitar que ocurran las cosas o cosas malas puede generar otro tipo de daños. Lo que no quieres que te ocurra te va a suceder de otra forma. 

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