lunes, 30 de junio de 2014

Año nuevo 2013-2014 (Parte I)


Este año nuevo que pasó lo considero muy especial. Había sido diferente de los anteriores: sin alcohol, sin fiesta, sin amigos, sin viaje, etc. La pasé con mi familia, aunque realmente la pasé solo, porque antes y después de la comida y los saludos estuve sin ellos. A primera vista puede parecer un momento deprimente o aburrido: "no ocurre nada", "no hay drama", "no hay diversión", etc, etc. Octavio Paz había dicho que la "fiesta" para la sociedad era un momento de caos y a la vez de purificación, donde se disuelven las jerarquías sociales, los géneros y donde dejamos de lado nuestras caretas. Para otros, la fiesta, o mejor dicho el año nuevo, es una fecha especial donde se lo considera como un nuevo comienzo o un retorno a los orígenes, este último percibido por las antiguas culturas. En la modernidad todavía siguen realizándose ritos, por ejemplo, correr alrededor de tu vecindario con una mochila, para que el año que venga uno pueda tener prosperidad económica. Otro ritual es el pedir deseos debajo de tu mesa en el momento en que uno ingiere las 12 uvas. Y así existen "n" tipo de rituales que le dan legitimidad a las acciones simbólicas que realizamos, porque es el día donde "se presta a hacer este tipo de cosas". 

En mi caso ocurrió algo diferente y extraño; yo había considerado categóricamente el 2013 como el mejor año de mi vida, a pesar de mi corta edad. Había realizado las cosas que tiempo atrás había suspendido. Lo hice paralelamente a mis estudios. Había sido feliz o casi feliz, porque por momentos me venía a a mi mente pensamientos de incertidumbre sobre mi futuro. En esos instantes sentía angustia, miedo y esos sentimientos que a uno lo inmovilizan y que en algunos casos te hace recurrir a "objetos extraños". Bien, recuerdo que era 31 de diciembre, no quería que acabe el año 2013 porque no sabía si el año siguiente iba a ser mejor, lo dudaba. Sentía que ya había acabado mi tiempo de prueba, de intentos, de recreo y de ocio y que el año 2014 tenía que ser el año de materializar y concretizar las ideas, de ser una persona "seria". Claro, se entiende porque yo había acabado la universidad en el mes de diciembre de ese año 2013. Sí, era hora de trabajar, de utilizar todos mis esfuerzos y mis energías durante ocho horas diarias por el resto del año; de sentirse más seguro y respetable al demostrar que tenía una actividad por el cual tus padres o conocidos se iban a sentir más orgullosos y más calmados. Recuerdo que ese mes había estado buscando aplicar a varios trabajos, no porque yo realmente quería sino porque "tenía que hacerlo" o sino iba a ser parte de la vergüenza social. La angustia comenzó a aumentar a niveles altísimos, tanto así que cuando uno ve a personas desconocidas uno ya está pensando en qué decirle sobre su futuro, sin siquiera haber sido preguntado sobre ese tema.

En esas fechas para mí el 2014 ya lo había definido: Sacar mi título de grado, trabajar, dejar mis hobbies y mis anhelos y complacer nuevamente al resto, claro que en el fondo era un tipo de vergüenza propia que uno no sabe cómo eliminarlo, simplemente haciendo lo que todos hacen, sí, esa era la solución, ya sentía que algo externo iba a solucionar mi situación pero ese 31 de diciembre, como a las 10:45 de la noche, o mejor digamos antes de la media noche, para que suene más interesante y tenga un tinte mitológico. En ese momento estuve leyendo un libro que me cambió el panorama, me cambió los planes del 2014 y quién sabe si para el resto de mi vida o de los siguientes años. Este libro se llama "El miedo a la libertad". Es un título muy llamativo y pretencioso y uno espera que el contenido del libro esté a la altura de la frase. Y en mi caso fue así, no me decepcionó. Hay ciertas partes del libro que explican acontecimientos históricos que puede no tener importancia para uno, pero lo importante es quedarse con el concepto, con la frase, con los subrayados que vamos haciendo a cada palabra, porque lo que termina definiendo el gusto del lector es cuanto más hayamos subrayado un libro, más hayamos repetido la frase y más hayamos saltado al momento de dejar el libro y en ese momento hablarse a sí mismo, a uno mismo, como un loco, pero sin importar que lo somos porque hemos encontrado la verdad, tú verdad y eso es lo que importa; con el puño apretado, como cuando un futbolista acaba de anotar un penal, momento de reafirmación. 

Y aquí les pongo el párrafo que marcó mi 31 de diciembre y mi año 2014. Sé que hay muchas cosas que rescatar de ese libro pero esa pagina lo leí en ese preciso día, pudo haber sido una semana antes y habría sido mucho mejor, o pudo haber sido una semana después y habría sido mucho peor, no sé, tal vez hasta el punto de catastrófico. Porque ocurre que cuando uno realiza un plan, por más equivocado que este sea o lo considere que no está dentro de sus intereses, ese plan cobra fuerza y vida propia y resulta muy difícil cambiarlo. Peor aún si es legitimado y reconfirmado en una fecha como el año nuevo, día especial, momento mágico y esperado. Y lo único que nos limitamos a hacer es a realizar cambios superficiales y cambios en los detalles de las actividades pero no del plan mismo, de la idea misma, porque esa idea está ya atrapada en lo más profundo de tu mente y uno tiene miedo y flojera de hacer cambios a último momento, miedo a lo imprevisto, a la mente vacía, porque como suele decirse "Si ya has tomado la decisión continúa, no te cuestiones y asume las consecuencias". Cuando una idea está fija es difícil de sacarla, se vuelve un hábito mental pero felizmente yo me anticipé a ese momento crítico y de decisión y volé por mi mente, por mis ideas, por mis miedos y vi que mi idea no era muy fiable, sincera y propia y allí tuve que decidir botar todas aquellas ideas, miedos, angustias y asumí lo otro, lo que a uno no se lo dicen en una fiesta de año nuevo y llegó con mi tocayo Eric o Erich Fromm y me dio otra alternativa y mi año nuevo fue diferente, lo recuerdo completamente. "No pasó nada", "Ningún acontecimiento relevante", pero lo que ocurrió en mi mente nadie me lo va a quitar. 

No creo que sea importante para ustedes contarles lo que yo haya decidido para el año 2014, porque lo fundamental es el concepto, la idea que se ha creado dentro de ti. Aquí les dejo el texto.


Lo que se ha dicho acerca de la carencia de originalidad
en el pensamiento y la emoción, también
vale para la voluntad. Darse cuenta de ello es especialmente
difícil; en todo caso parecería que el hombre
moderno tuviese demasiados deseos, y que justamente
su único problema residiese en el hecho de
que, si bien sabe lo que quiere, no puede conseguirlo.
Empleamos toda nuestra energía con el fin de
lograr nuestros deseos, y en su mayoría las personas
nunca discuten las premisas de tal actividad; jamás
se preguntan si saben realmente cuáles son sus verdaderos
deseos. No se detienen a pensar si los fines
perseguidos representan algo que ellos, ellos mismos,
desean. En la escuela quieren buenas notas, y cuando
son adultos desean lograr cada vez más éxito, acumular
cada vez más dinero, poseer más prestigio, comprar
mejores automóviles, ir a los mejores lugares, y cosas
semejantes. Sin embargo, cuando, en medio de esta
actividad frenética, se detienen a pensar, hay una
pregunta que puede surgir en su espíritu: Si consigo
este nuevo empleo, si compro un coche mejor, si realizo
este viaje... ¿qué habré obtenido? ¿Cuál es verdaderamente
el fin. de todo esto? ¿Quiero, en realidad,
todas esas cosas? ¿No estaré persiguiendo algún
propósito que debería hacerme feliz y que, en
verdad, se me escapa de las manos apenas lo he
 alcanzado? Cuando surgen estas preguntas se siente
uno espantado, pues ponen en duda la base misma
que sustenta toda la actividad del hombre, el conocimiento
de sus mismos deseos. Por eso la gente
tiende a liberarse lo más rápidamente posible de
pensamientos tan inquietantes. Piensan que tales preguntas
han venido a molestarlos a causa de algún
cansancio o mal humor... y continúan así en la
persecución de aquellos fines que siguen considerando
propios.
Y, sin embargo, todo esto apunta a una confusa
revelación de la verdad: que el hombre moderno
vive bajo la ilusión de saber lo que quiere, cuando,
en realidad, desea únicamente lo que se supone (socialmente)
ha de desear. Para aceptar esta afirmación
es menester darse cuenta de que saber lo que
uno realmente quiere no es cosa tan fácil como algunos
creen, sino que representa uno de los problemas
más complejos que enfrentan al ser humano. Es una
 tarea que tratamos de eludir con todas nuestras fuerzas,
aceptando fines ya hechos como si fueran fruto
de nuestro propio querer. El hombre moderno está
dispuesto a enfrentar graves peligros para lograr los
propósitos que se supone sean suyos, pero teme profundamente
asumir el riesgo y la responsabilidad de
forjarse sus propios fines. A menudo se considera la
intensidad de la actividad como una prueba del carácter
autodeterminado de la acción, pero ya sabemos
que esa conducta bien podría ser menos espontánea
que la de una persona hipnotizada o de un actor.
Conociendo la trama general de la obra, cada actor
puede representar vigorosamente la parte que
le corresponde y hasta crear por su cuenta frases y
determinados detalles de la acción. Sin embargo, no
hace más que representar un papel que le ha sido
asignado.
La dificultad especial que existe en reconocer hasta
qué punto nuestros deseos —así como los pensamientos
y las emociones— no son realmente nuestros
sino que los hemos recibido desde afuera, se halla
estrechamente relacionada con el problema de la autoridad
y la libertad. En el curso de la historia
moderna, la autoridad de la Iglesia se vio reemplazada
por la del Estado, la de éste por el imperativo
de la conciencia, y, en nuestra época, la última ha
sido sustituida por la autoridad anónima del sentido
común y la opinión pública, en su carácter de instrumentos
del conformismo. Como nos hemos liberado
de las viejas formas manifiestas de autoridad, no nos
damos cuenta de que ahora somos prisioneros de este
nuevo tipo de poder. Nos hemos transformado en
autómatas que viven bajo la ilusión de ser individuos
dotados de libre albedrío. Tal ilusión ayuda a las
personas a permanecer inconscientes de su inseguridad,
y ésta es toda la ayuda que ella puede darnos.
En su esencia el yo del individuo resulta debilitado,
de manera que se siente impotente y extremadamente
inseguro. Vive en un mundo con el que ha perdido
toda conexión genuina y en el cual todas las personas
y todas las cosas se han transformado en instrumentos,
y en donde él mismo no es más que una parte de la
máquina que ha construido con sus propias manos.
Piensa, siente y quiere lo que él cree que los
demás suponen que él deba pensar, sentir y querer; y
en este proceso pierde su propio yo, que debería
constituir el fundamento de toda seguridad genuina
del individuo libre.
La pérdida del yo ha aumentado la necesidad de
conformismo, dado que origina una duda profunda
acerca de la propia identidad. Si no soy otra cosa
que lo que creo que los otros suponen que yo debo
ser.. ., ¿quién soy yo realmente? Hemos visto cómo
la duda acerca del propio yo se inicia con el derrumbe
del mundo medieval, en el cual el individuo había
disfrutado de un lugar seguro dentro de un orden
fijo. La identidad del individuo ha constituido
el problema de mayor envergadura de la filosofía
moderna desde Descartes. Hoy damos por supuesto
lo que somos. Sin embargo, la duda acerca de nuestro
ser todavía existe y hasta ha aumentado. Pirandello,
en sus obras, expresa este sentimiento del hombre
moderno. Comienza con la pregunta: "¿Quién
soy yo? ¿Qué prueba tengo de mi propia identidad
más que la permanencia de mi yo físico?" Su contestación
no es como la de Descartes —la afirmación
del yo individual—, sino su negación: no poseo
identidad, no hay yo, excepto aquel que es reflejo
de lo que los otros esperan que yo sea; yo soy "como
tú me quieras".
Entonces, esta pérdida de la identidad hace aún
más imperiosa la necesidad de conformismo; significa
que uno puede estar seguro de sí mismo sólo
en cuanto logra satisfacer las expectativas de los 
demás. Si no lo conseguimos, no sólo nos vemos
frente al peligro de la desaparición pública y de un
aislamiento creciente, sino que también nos arriesgamos
a perder la identidad de nuestra personalidad, lo que
significa comprometer nuestra salud psíquica.
Al adaptarnos a las expectativas de los demás, al
tratar de no ser diferentes, logramos acallar aquellas
duaas acerca de nuestra identidad y ganamos asi
cierto grado de seguridad. Sin embargo, el precio de
todo ello es alto. La consecuencia de este abandono de
la espontaneidad y de la individualidad es la frustración
de la vida. Desde el punto de vista psicológico,
el autómata, si bien está vivo biológicamente,
no lo está ni mental ni emocionalmente. Al tiempo
que realiza todos los movimientos del vivir, su vida
se le escurre de entre las manos como arena. Detrás
de una fachada de satisfacción y optimismo, el
hombre moderno es profundamente infeliz; en verdad,
está al borde de la desesperación. Se aferra
perdidamente a la noción de individualidad; quiere
ser diferente, y no hay recomendación mejor para
alguna cosa que la de decir que es "diferente". Se
nos informa del nombre individual del empleado del
ferrocarril a quien compramos los billetes; maletas,
naipes y radios portátiles son "personalizados" colocándoles
las iniciales de su dueño. Todo esto indica
la existencia de un hambre de "diferencia", y sin
embargo, se trata de los últimos vestigios de personalidad
que todavía subsisten. El hombre moderno
está hambriento de vida. Pero puesto que siendo
un autómata no puede experimentar la vida como
actividad espontánea, acepta como sucedáneo cualquier
cosa que pueda causar excitación o estremecimiento:
bebidas, deportes o la identificación con la
vida ilusoria de los personajes ficticios de la pantalla.

¿Cuál es, entonces, el significado de la libertad
para el hombre moderno?

Se ha liberado de los vínculos exteriores que le
hubieran impedido obrar y pensar de acuerdo con lo
que había considerado adecuado. Ahora sería libre
de actuar según su propia voluntad, si supiera lo que
quiere, piensa y siente. Pero no lo sabe. Se ajusta
al mandato de autoridades anónimas y adopta un yo
que no le pertenece. Cuanto más procede de este
modo, tanto más se siente forzado a conformar su
conducta a la expectativa ajena. A pesar de su disfraz
de optimismo e iniciativa, el hombre moderno
está abrumado por un profundo sentimiento de impotencia
que le hace mirar fijamente y como paralizado
las catástrofes que se le avecinan.
Considerada superficialmente, la gente parece llevar
bastante bien su vida económica y social; sin
embargo, sería peligroso no percatarse de la infelicidad
profundamente arraigada que se oculta detrás
del infierno de bienestar. Si la vida pierde su sentido
porque no es vivida, el hombre llega a la desesperación.
Nadie está dispuesto a dejarse morir por
inanición psíquica, como nadie moriría calladamente
por inanición física. Si nos limitamos a considerar
solamente las necesidades económicas, en lo que
respecta a las personas "normales", si no alcanzamos
a ver el sufrimiento del individuo automatizado, entonces
no nos habremos dado cuenta del peligro que
amenaza a nuestra cultura desde su base humana: la
disposición a aceptar cualquier ideología o cualquier
"líder", siempre que prometan una excitación emocional
y sean capaces de ofrecer una estructura política,
y aquellos símbolos que aparentemente dan
significado y orden a la vida del individuo. La desesperación
del autómata humano es un suelo fértil
para los propósitos políticos del fascismo.

Fuente: http://www.enxarxa.com/biblioteca/FROMM%20El%20Miedo%20A%20La%20Libertad.pdf

FROMM, Erich. El miedo a la libertad. (Buenos Aires, Paidos). p.288-293.

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