martes, 7 de abril de 2015

Entre la verdad y tener la razón

La verdad es liberadora, es el consuelo de los oprimidos, es la manera en que uno puede despejar el nubarrón de ideas confusas y hacer visible la interacción de las cosas. En cambio, tener la razón, como dice el término, es la apropiación de la verdad, es ponerla en cautiverio, a cualquier costo, apoderándose de ella sin su consentimiento, sin ser ella misma. Si la verdad no le pertenece a nadie, porque es el camino, tener la razón sí, porque se vuelve un fin en sí mismo. Creo en este camino de la búsqueda de la verdad, sin darme cuenta, he caído en varios intentos de adueñarme de ella. Suceden casos en que uno tiene mejores argumentos, gana discusiones y deja en ridículo a ciertos adversarios. Estos hechos generan, inevitablemente, una mala costumbre. La verdad, que no le pertenece a nadie, se vuelve un trofeo de guerra. Eso conlleva a que el ganador sea el dueño de la verdad, se pierden las diferencias, se mezcla todo y se rinde culto a la persona. 

Recuerdo que una vez un maestro me dijo que en este mundo tenemos que dudar de todo, que nada es seguro en esta vida, incluso el piso por donde uno camina; sin embargo, él me dijo que hay algo que uno nunca debe de perder, la valentía, que es nuestro estímulo que nos permite seguir buscando eso que no sabemos qué es, pero que nos hace mantenernos y sentirnos vivos: tenemos que seguir caminando. Parecería que esta forma de pensar nos llevaría a un cierto relativismo, una falta de verdad, pues no, por el contrario, el mostrarse abierto ante los demás generaría que el debate se enriquezca, se amplíe el espectro... no es tan divertido jugar solo. El encerrarse en uno mismo eso sí que llevaría la anulación del otro, el dogma al cuadrado, pero es difícil no hacerlo cuando nuestras opiniones están muy ligadas al ego, incluso a la autoestima; sin embargo, nadie es infalible.
¿Cuál es la otra cara de la moneda de la verdad?
Pongo un caso específico que puede trasladarse a otras ámbitos de la vida, cito a Octavio Paz: "...un exceso de sinceridad puede conducirnos a formas refinadas de la mentira. Cuando nos enamoramos nos "abrimos", mostramos nuestra intimidad, ya que una vieja tradición quiere que el que sufre de amor exhiba sus heridas ante la que ama. Pero al descubrir sus llagas de amor, el enamorado transforma su ser en una imagen, en un objeto que entrega a la contemplación de la mujer —y de sí mismo—. Al mostrarse, invita a que lo contemplen con los mismos ojos piadosos con que él se contempla. La mirada ajena ya no lo desnuda; lo recubre de piedad. Y al presentarse como espectáculo y pretender que se le mire con los mismos ojos con que él se ve, se evade del juego erótico, pone a salvo su verdadero ser, lo sustituye por una imagen. Substrae su intimidad, que se refugia en sus ojos, esos ojos que son nada más contemplación y piedad de sí mismo. Se vuelve su imagen y la mirada que la contempla".
¿Cuál es el camino?
Divertirnos jugando, sin pensar como fin último la búsqueda de ganador y perdedor, no evadir el juego erótico. Es una situación difícil, porque la imagen del ganador es la de una persona fuerte, intocable, incuestionable y de excesivo respeto. Una IMAGEN de la autoridad que todavía no hemos conseguido liberarnos

Eyan

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