jueves, 26 de marzo de 2015

Árbol torcido

Quisiera tener una vida ordinaria, trabajar tranquilamente de lunes a viernes sin cuestionarme, conversar y reírme en el horario de refrigerio, salir a las cinco de la tarde y luego ir a tomar un café con mis amigos y conversar de cosas insignificantes -nada de filosofía, política ni esas cosas que a uno le rompen la cabeza y le sacan de sus casillas-. Quisiera conversar de cosas sencillas, de esas, como hablar de la familia, del día a día, los chismes, el amor y las fiestas y, cuando vienen los fines de semana, estar con mi familia, hacer una parrillada y ver un partido de fútbol del Barza, o sino, jugar con los niños, y si es verano, ir a la playa y jugar con la arena y revolcarme con las olas del mar. A veces creo que esos momentos, por más simples que parezcan, terminan haciendo más feliz a uno, como si la suma de todas ellas determinaran la verdadera felicidad. 


En mi caso, no he podido realizar con disciplina y éxito esta forma de vida y he terminado desviándome a otros caminos más inciertos, un poco extravagantes, cuasiextraordinarios, como si pensara que hubiera algo más allá de esta vida del común de los mortales: ¿y si no lo hay? ¿Y si la vida se trata de disfrutar de esos pequeños momentos? ¿Cuál es el afán de juzgar a estas personas que siguen ese estilo de vida? ¿Todo lo que se encuentra a mi alrededor no está hecho por ellos mismos? Como la copa de vino que me sirve para lidiar con mis problemas, el reloj que me permite ser puntual (o casi), el taxista que me salva de apuros, las colonias que a uno le hacen ser más atractivo, las billeteras que te salvan de perder tu dinero -y si no lo tienes- te permite aparentarlo, los cubiertos para comer, el celular para hablar con tu enamorada, el ipod para escuchar tu canción preferida, mi cama para dormir tranquilamente, mis zapatillas para no pisar piedritas, la puerta de mi casa que me permite marcar mi territorio frente a los desconocidos, los cigarrillos de las noches melancólicas y todo lo demás que ya no logro enumerar. 


Sí, esas cosas que parecen insignificantes, pero que le hacen a uno la vida más simple. Lo veo a diario, a mi alrededor, en los detalles, ¿acaso estas cosas se crearon por arte de magia o por voluntad de dios? Pues no, hay responsables, los crearon aquellas personas que viven el día a día, sin preguntarse si el mundo está yendo por el mal camino, si el capitalismo es la mejor o la peor opción, si la política sigue siendo corrupta (aunque yo creo que de los políticos sí se quejan todos los días), si existen extraterrestres o si existe un dios distinto al que ellos creen. En cambio yo, que a veces quiero marcar esa distancia -como si lo otro fuera inferior- me elevo a un mundo distinto, cuestiono el fin de las cosas, incluyendo la existencia humana y busco dedicarme a una actividad que, supuestamente, está dentro de la escala de las necesidades superiores y elevadas del ser humano: la contemplación, la reflexión, la filosofía y el arte. Pero, ¿estoy satisfecho? ¿Soy feliz por pensar en asuntos que yo los considero más "relevantes"? Pues no, por el contrario, me ha complicado la vida, me ha hecho caer varias veces en lo más hondo del abismo, he perdido amigos y he creado enemigos; he rechazado oportunidades por pensar que hay "algo más", me he metido en problemas y he terminado alejándome de los demás -incluyéndome a mí mismo-. ¿Cuál es el afán de trascender? ¿No es sino un signo de sentirme importante? ¿Ante quién, para quién? ¿Es necesario? ¿Y si no hay nada más? ¿La vida no se trata de disfrutar de estas pequeñas cosas? 

Quisiera vivir una temporada de esa manera, no preocuparme de los problemas sociales, vivir tranquilamente, en armonía, sin que nadie me joda, ser indiferente, ser normal, perderme en el rebaño -en el buen sentido de la palabra-, mas no puedo, lo intento pero siempre fracaso, nunca he podido adaptarme, hacer las cosas de manera adecuada -y no porque quisiera hacerles la contra a los demás-, sino porque mi vida se ha iniciado de esa manera: caótica, malcriada, rebelde, incorregible, excesiva y todos los defectos habidos y por haber. He tenido muchos intentos por autocorregirme y he fracasado, y las pocas veces que lo he conseguido, al cabo de un tiempo he caído en lo mismo. La otra vez me puse a pensar en la frase: "árbol que nace torcido jamás su tronco endereza". Mi primera sensación-reacción frente a estas palabras fue de desesperanza, porque era una revelación dolorosa, una verdad incómoda, en el fondo me costaba aceptarla. Frente a esto, me pregunto, ¿cuál es mi camino? ¿Hacia dónde voy? Si niego la simpleza de la vida, si niego a estas personas que viven de esa manera, llegará el día en que, sin darme cuenta, me encontraré viviendo solo en una isla, fuera de la civilización, sin ningún objeto, sin comodidades, como volver al pasado, al mundo de las cavernas, involucionar.

¿Esta forma de pensar no va en contra del desarrollo de las civilizaciones? ¿Estos escritores incomprendidos no han perjudicado el devenir de la humanidad? ¿No habría sido mejor que dejen de criticar a los demás y dejarlos en paz? A veces creo que reflexionar sobre la humanidad no trae ningún beneficio, no aporta nada; por el contrario, ralentiza el curso de las sociedades y de las cosas. Quisiera que sus escritos se queden en los estantes de las bibliotecas para que las polillas se alimenten de este conocimiento discordante y periférico, como una manera de ignorarlos y dejarlos en el olvido, pero no puedo, así de simple, no puedo, confieso que estos escritores me han ayudado a soportar la realidad, como una especie de consuelo/identificación, sentirme menos jodido ante los demás y ante mí, como si no fuera el único que busca más allá de las simplezas de la vida, porque estas, desgraciadamente, no nos han satisfecho totalmente. Frente a este infortunio, esta frustración, nos hemos sumergido en lo más hondo del abismo, en el dolor puro, en la miseria más baja, aunque, paradójicamente, estos sentimientos-impulsos me han traído mayor satisfacción, un deseo de seguir viviendo en medio de este orden tan escalofriante. 

Ellos son como los árboles torcidos, que no apuntan a una sola dirección, a un punto fijo, a dios, sino que se pierden en el bosque, en sus sentimientos contradictorios, peleándose consigo mismos, como una manera de sobrevivir no solo frente al resto, sino ante sus laberintos, sus ramas que se hacen nudos, sus frutos podridos, son estos árboles que dan sombra a los demás, de cerca, un verdadero cobijo, porque su dolor es propio y a la vez universal, porque vivir correctamente significa que hay un solo camino, una sola manera de vivir, esa imposición que proviene desde nuestro nacimiento, pero ellos se cuestionan y quieren descubrir nuevamente el mundo, torciéndose, a su manera, a mí manera. Si ahora en el mundo no hemos resuelto problemas antiguos -como el desastre de la naturaleza-, es porque hemos ignorado una parte de nosotros mismos, un camino distinto, un árbol torcido que también forma parte del paisaje de la naturaleza.

Eyan

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